Guillermo Castro H./ 15-09-2024
En uno de los cuadernos de notas que escribiera durante su presidio político en la Italia fascista, Antonio Gramsci planteó que la discusión científica no debía ser concebida “como un proceso judicial, con un acusado y un fiscal que, por obligación, debe demostrar que el acusado es culpable y debe ser puesto fuera de la circulación.” Por el contrario, dijo, en esa discusión “el interés radica en la búsqueda de la verdad y en el progreso de la ciencia”.
Así las cosas, resulta más “avanzado” quien asume que su adversario puede plantear una exigencia que debe incorporarse, así sea como momento subordinado, “a la propia construcción.” Esto no es sencillo, pues a veces el adversario es “todo el pensamiento anterior”, lo cual exige “haberse liberado de la prisión de las ideologías” en el sentido peyorativo de “ciego fanatismo ideológico”.
Esto demanda ser radical. Hay que ir “a las raíces”, para ver “las cosas en su fondo”, como dijera José Martí. En ese fondo es necesario distinguir, además, entre la contradicción principal que aqueja a nuestras relaciones con la biosfera en el proceso histórico que vivimos y el aspecto principal de esa contradicción en el cada momento de ese proceso.
Ese proceso histórico, llamado el Antropoceno, resulta – dice John B. Foster-, de “la expansión cuantitativa de la producción global y de la extracción de recursos” a partir de mediados del siglo XX, que ha dado lugar a que “los factores antropogénicos (como opuestos a los no-antropogénicos)” constituyan por primera vez en la historia de la biosfera “la principal fuerza de cambio en el Sistema Tierra”. Es un proceso engañoso, porque la contradicción principal que lo anima – que se origina en la ruptura del intercambio metabólico entre los humanos y la biosfera – se expresa en múltiples contradicciones, asociadas a problemas como la variabilidad climática, el ciclo del agua, el colapso de ecosistemas y la acentuación de la inequidad en las sociedades humanas. Esto a su vez lleva a organizar el debate en torno a la idea de una “policrisis”, en que la suma de las partes termina siendo inferior al todo.
En todo esto confluyen múltiples visiones y corrientes de opinión, desde el conservacionismo hasta el apocalipsismo, pasando por otras de carácter legalista, tecnocrático, socio-ambiental y decrecentista. En ese debate siempre conviene recordar que lo falso es el resultado de la exageración unilateral de uno de los aspectos de la verdad, y que lo importante no es ganar, sino encontrar la verdad y los medios para traducirla en conductas sociales innovadoras.
En breve, el debate será útil en la medida en que consiga pasar de la denuncia al análisis, y abrir camino desde la protesta a las propuestas. Nuestra especie está en riesgo de retroceder a la barbarie o incluso ir a la extinción. De encarar esos riesgos trata, en última instancia, el debate que demanda la crisis socio-ambiental que hemos creado, y padecemos.