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Guillermo Castro H.

En 1910, el geógrafo Jean Brunhes publicó su libro La Geografía Humana. Un intento de clasificación positiva. [1]  Allí definió a su disciplina como “el estudio de las relaciones entre la actividad humana y los fenómenos de la geografía física”, a partir de tres modalidades de impacto humano “sobre la faz de la tierra”: la ocupación improductiva del suelo -caminos, viviendas e instalaciones de trabajo; la conquista“de vegetales y animales”, y “la economía destructiva” que toma riquezas de la tierra sin dar nada a cambio

En el espíritu de su tiempo, Brunhes dejaba “a la antropología el estudio de las razas, y a la etnografía el de los comportamientos y costumbres”, y refería la relación con ellas al environment – para nosotros, el ambiente; para él, el entorno natural. Así, consideraba a “todo el conjunto de condiciones naturales” en sus múltiples conexiones con el ambiente humano, en las que resaltaba la importancia que otorgaba al “factor del trabajo”.

 Para Brunhes, la presencia en la faz de la Tierra de “una serie muy extensa de fenómenos de un tipo enteramente nuevo”, desde ciudades hasta campos cultivados, y masas de población “más o menos densas”, hacía de los seres humanos, “en sí mismos, hechos de superficie y por tanto hechos geográficos.” Todos esos factores formaban, así, “un complejo grupo de factores infinitamente variable y variado” están “relacionados más o menos directamente con el hombre”. Y esto se vinculaba, además, con un hecho de gran importancia en nuestro tiempo.

Todo “lo que nos concierne”, decía Brunhes, “está en transformación; todo está en incremento o decrecimiento. Nada está realmente inmóvil ni es ajeno al cambio.” Por ello, “aun si el testimonio superficial de nuestros sentidos nos revela únicamente inmovilidad y estabilidad, debemos reconocer el factor de movimiento, cambio, actividad.”

La economía destructiva hacía parte de ese movimiento, al funcionar como un factor de devastación de la flora, la fauna y los yacimientos minerales, sometidos a actividades de extracción “sin propósito o método de reposición.” Hoy sabemos, además, que el alcance de esa devastación incluía a las sociedades del entorno en que tenían lugar tales actividades.

No extraña que para Brunhes que, si bien esa economía había tenido gran importancia en “el primer desarrollo de la tierra por el hombre”, y seguía teniéndola en muchos “países nuevos”, resultaba “particularmente extraño” que acompañara especialmente a la civilización, mientras los pueblos primitivos la conocían únicamente “en formas atenuadas. Sin duda, decía, “despojan y destruyen parcialmente”, pero no “en el verdadero sentido del término, y no deben sufrir la carencia “que constituye el resultado usual de la devastación”.

El tema, como vemos, no es nuevo, y reclama sin duda renovar su debate en nuestro tiempo, cuando lo devastado es cada vez mayor, y la posibilidad de recuperarlo cada vez menor. La economía destructiva se contrapone al trabajo con la naturaleza, y no habrá lugar para ella en un futuro sostenible.


[1] (1920): Human Geography. An attempt at a positive classification. Principles and examples. Rand McNally & Company, Chicago New York.